A mi abuela



A mi abuela, porque allí donde haya ido su gran historia de amor no ha hecho más que empezar…

No hizo mucho ruido al irse, por eso a veces me parece que siguiera por aquí. 

Había estado tosiendo y el oxígeno no conseguía abrirse paso en sus pulmones. Los riñones habían claudicado y el corazón se había puesto a latir flojito. Los dos últimos días se acunó en un sueño tranquilo, inducido por alguna bendita droga, y así pudimos ir pasando uno a uno a decirle bajito cuantísimo la queríamos. Cuando nos hubimos despedido se murió sin escándalo, tan quedamente que hasta dudamos. No sabíamos si seguía en aquella habitación o si quién reina ahí arriba ya le había concedido el par de alas que merecía. 

Marzo apenas se desperezaba y detrás de los cristales Madrid seguía siendo el fascinante alboroto de siempre. La plaga era algo que le pasaba a otros, aunque, sin saberlo, nos estaba pasando a nosotros. Claro que los médicos y enfermeras todavía no vestían de astronauta y morirse no se había convertido aún en un viaje en soledad. Así que lloramos su pérdida pero todos quedamos en paz. 

Siempre quise haber corrido en dirección contraria al tiempo y alcanzarla cuando era joven para verla tan bella como fue. Para que me contase sus anhelos de entonces, sus miedos y esperanzas. Para verla reírse con la frescura de los 20 años y enamorarse como solo se enamora una con esa edad. 

Como nunca me negaba nada, hasta eso me lo quiso conceder. Poco después de marcharse, abrí su armario dispuesta a buscar lo que quedase de ella en el olor de su ropa, y lo que me encontré fue una pila de cartas amarillentas. Llevaban el perfil del caudillo estampado en los timbres, y un matasellos que rezaba ‘Arriba España'. Era una correspondencia de aquel pedazo de tiempo por el que ella había paseado su juventud, pero que contenía un relato aún más fascinante. Una historia diminuta dentro de la inmensidad de lo que acontecía entonces. Una historia que no es parte de la historia pero que para mí es LA HISTORIA con mayúsculas: la historia de amor de mis abuelos. 

Un tesoro de papel y de palabras que había viajado de Madrid a Almansa, de Almansa a Talavera; de un albergue de verano de la Sección Femenina hasta un campamento de milicias universitarias… y que aparecía en la alcoba de mi abuela, como si me estuviera esperando. Cuartillas llenas con una caligrafía recta y elegante, rebosando nostalgia, cariño, reproches a veces, pero sobre todo impaciencia por volver a verse. 

Me las llevé a casa, sin saber que serían mi mejor compañía durante una cuarentena de ciencia ficción. Las que me salvarían del desaliento del encierro, del bombardeo de noticias de desesperanza. Las que me mantendrían conectada con lo mejor que al final tiene la vida, y que, de otra manera, se me hubiera empezado a olvidar. 

‘Queridísimo Armando’, ‘Por nada ni por nadie dejaría de quererte’, ‘Te quiero con todo el alma’, ‘Te adoro mi cielo, vida, mi todo’… 'Tu Pili’. La que firmaba era mi abuela Pilar. Se la reconocía en seguida porque ya entonces tenía el temperamento de una domadora de leones, prudente pero firme, y porque le delataba el leísmo, y algunas expresiones tan suyas que no le he escuchado a nadie más. Era mi abuela Pilar, pero no lo era. Porque allí, en esas páginas caligrafiadas con quimeras y pasiones, era sobre todo Pili, una muchachita de ventipocos enamorada de su compañero de trabajo. Echándole insoportablemente de menos durante los veranos. Recordando en la distancia sus paseos de los sábados por el Retiro y aquel 28 de abril del '45 en que aceptó ser su novia. 

‘¿Crees que algún día les leeremos estas cartas a nuestros nietos?’ Le preguntaba a su vez mi abuelo antes de serlo. Y yo, que 75 años más tarde me sabía cómo terminaba el cuento, tuve que contenerme para no gritarle al pedazo de papel que tenía delante que sí. Ya sé que no podían oírme, pero me moría de ganas de decirles a esos dos chalados que al final todo les salía bien.

Si bien de mis abuelos he aprendido muchas cosas de la vida, me lo han enseñado TODO del amor. Por eso, este montón de cartas, sólo ha venido a reforzar mi convicción de que un querer tan obstinado como el de ellos tiene que ser por fuerza eterno. Así que, aunque cada vez que he tenido que ver marcharse de esta vida a algún amor de mis amores me ha atormentado no saber adonde va, en esta ocasión tengo la certeza de que allí donde haya llegado ella, la estaba esperando él. Conozco a mi abuelo y sé lo que me digo. Me lo imagino dichoso, lanzándole un guiño de ojos cómplice, alguna broma escondida en el bolsillo y el bigote bien arreglado. También sé que en estos años de espera se habrá aprendido los caminos más hermosos para poder llevarla del brazo a pasear, y que en ese lugar sin relojes ni calendarios, todos los días serán para ellos 28 de abril. 

Ay, abuela, ¿cómo a nadie se le ocurrió que a ti había que hacerte inmortal? El mundo se ha vuelto extraño desde que te fuiste. No sé porqué me sorprendo, tampoco tenía sentido que la vida no frenara en seco al advertir que ya no estás. No hay día en que no te piense, y aunque tú me recordarías que la envidia no es un sentimiento noble, déjame decirte que he envidiado siempre que de entre tanta gente pululando por el mundo, tú te encontraras al amor de tu vida. Así que ahora disfruta de ese reencuentro glorioso. Y esta vez escúchame tu a mí. Olvídate del recato y bésale en los labios, bésale mucho, por el amor de Dios, tú que puedes, que nadie os está mirando. Por fin tenéis lo que queríais: la eternidad entera para vosotros.

Comentarios

  1. Una historia muy tierna que has descrito de manera excepcional. Me alegro de haberlo leído.

    Yo también participo en el concurso de Zenda con una de mis historias:

    https://elpedrete2.blogspot.com/2020/05/zenda-el-ritual.html

    Suerte.

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